La oralidad tiene garantía en el pueblo. Hay que saber escuchar.

sábado, 4 de abril de 2009

El vendedor de zapatos. Susana Yáñez Latorre


Cualquiera podía pararse en una esquina ofreciendo la venta, incluso de ilusiones, pero zapatos usados era un rubro difícil de trillar.
En cuanto tocaba el timbre de una puerta, la garganta se le apretaba.
Explicar el motivo del llamado era toda una odisea y más problemático aun contestar la pregunta obligada, ¿son de finado?.
¡Que tendría que ver de quien eran los zapatos si el que compraba la mercadería tenía tanta necesidad como él! Bah...pensó, no tanta porque yo uso y vendo estos zapatos, ellos solo los compran pero ganan el peso de otra manera.
Esta forma de vida era incambiada. No había un cobre en la calle, nada.
Con observar como se iba extendiendo la feria del domingo, ya se entendía que la cosa venía de hambre.
Miraban, no sabía aun si por curiosidad o por tanteo, pero les costaba preguntar el precio como si fuera un acto vergonzoso no tener para comprar zapatos nuevos.
El se adelantaba y les decía que se largaran con comodidad... pregunte vecina, no molesta, pero la gente era reacia.
Tenía a la venta un par de zapatos negros con tacones que de seguro se habían usado en los cincuenta. A él le gustaba pasarles el cepillo por la gamuza, acomodar la moña y exponerlos como si en ello residiera su vidriera.
A la lluvia le temía como al maligno.
Apenas comenzaba una garua su apuro se transformaba en urgencia por recoger la mercadería y llenar el bolso y eso sí, adiós venta.
Lo único permitido cuando llovía era recorrer las calles en busca de zapatos.
Para eso los barrios ricos servían más y aunque algunos los vendían por unos pocos pesos igual el negocio resultaba, porque el cuero, el modelo y el estado de la suela era mejor.
En un tiempo había anexado botones a su puesto de venta; tenía de todo tipo y hasta hebillas doradas y pulidas, pero se encariñaba tanto con ellos que se molestaba si alguien que no le gustaba se los llevaba.
La última caja se la compró una mujer interesada en todo. Llevaba los lentes colocados sobre la cabeza y miraba los botones con afecto. Por eso se los vendió.
Ahora tenía como veinte pares de zapatos alineados como soldaditos que como soldaditos también tenían su diferente clase.
Dos carteras de cuero y una de cocodrilo completaban el lote.
¡Zapatos! gritó, ¡zapatos! usados que parecen nuevos y no son de muerto sino de barrios ricos y de marcas caras.
¡Zapatos baratos! gritó.
Entonces volvió a ver a la mujer de los botones. y un escalofrío le recorrió la espalda.
Si me lleva la muestra pensó, ya no volveré a vender zapatos. Sus presentimientos nunca le habían fallado.
La mujer se acercó con el mismo interés de siempre y sonriendo le dijo,- los negros de gamuza y taco, esos que parecen de los años cincuenta, ¿a cuánto?.
Dudó en contestarle. Siempre sabía cuando venían los límites.
Los negros... a cien le dijo con cautela pensando que no los llevaría por caros.
Los compro, respondió la mujer con amabilidad y agregó, son iguales a los de Greta Grabo en "El velo pintado".
Así supo que había que cambiar de ramo.
Cuando se alejaron los zapatos, juntó todo y recorrió la feria.
¿Te vas temprano? le preguntaron varios.
Si, contestó, ya hice la mía.
¿Que tuya? le respondieron, si tus zapatos no valen un carajo.
Sonrió un poquito y se alejó pensando...que sabes vos si nunca conociste a Greta Grabo.
Susana Yáñez Latorre.

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