La oralidad tiene garantía en el pueblo. Hay que saber escuchar.

martes, 31 de marzo de 2009

EL PERFUME DE DIOS.



Había un olor especial en el aire.
Ninguna de las veces que se había desmayado lo había sentido. Era un aroma dulce pero pesado, igual al que despide un jazminero cuya flor está pasada.
En el patio la luz era difusa y las plantas parecían de un verde fuerte que en realidad no tenían.
Se sentía oprimida por la pena de estar sola y ni siquiera podía contar con los recuerdos porque después del ataque no se acordaba de nada.
Eran seis hermanos y "ella era una santa" pensó pero no recordaba el nombre de ninguna. "Papelito", le decían a la menor, pero no conseguía llegar al nombre.
Era mejor no tratar de acelerar las cosas esforzándose, ya vendrían a la mente de alguna manera.
Ahora por lo menos leía la Biblia y sabía que pronto sobrevendría el gran final, que para ella era el fin del olvido.
Sus nuevos amigos, aparecían cuando la tarde todavía era siesta y se sentaban a conversar de Dios como de un viejo conocido a quien a veces podía tutearse.
Para ella, sola, tener un conocido a mano era importante y no cualquiera, ella conocía a Dios.
Así fue pasando el tiempo, el verde del patio, las tardes de Biblia, la visita pautada de aquellos familiares que según le decían eran los únicos que tenía pero que no vivían en el pueblo y el mate de las cinco que no podía fallar porque era entre amigos.
Dejó de temerle a todo. Hasta dormía con la puerta abierta porque pensaba que nada podía pasarle que no fuera bueno.
Cuando percibió el aroma del aire todo cambió.
Era como si algo le avisara que pronto pasaría un suceso. No sabía de que se trataba pero estaba intranquila.
Apenas se levantaba se asomaba al patio y el olor la embriagaba.
Nadie lo sentía, solo ella. Por eso, cuando llegaron a visitarla para hablar de Dios, se sintió con derecho a decirles,- mis queridos, yo no recuerdo casi nada, pero hay algo que deben saber y que por alguna razón ustedes los con memoria no huelen... yo conozco el perfume de Dios.
Se miraron incrédulos.
-Pobre, dijo Matilde, está trastornada por la viudez; tantos años de estar juntos y con esa historia de amor atrás.
Ahí se calló porque no es bueno ni cristiano murmurar del prójimo.
-En fin, reanudó Ernesto luego de carraspear, ¿cómo es eso del perfume? La Biblia no dice que Dios use perfume, eso es para los muertos.
-Tampoco dice que no lo use, contestó ella.
-Es cierto, dijo Matilde, pero ¿cuál es la marca?
Eso sí era un caso difícil. Ni el Vaticano tenía patentado un aroma.
-Yo creo, dijo Matilde, que debes pensar lo que dices. Dios no huele.
-¿Cómo? contestó ella, debe oler puesto que el contrario huele a azufre. Yo digo que el aroma del pueblo es el perfume de Dios.
Cuando se fueron se sintió confundida. Era tan raro no acordarse de nada, ¿de donde había sacado ella lo del perfume de Dios?, ¿cómo explicar la vida sin recuerdos?
Se dirigió despacio hasta su cuarto y sacó una caja llena de objetos diversos.
Entre ellos, atesorado vaya a saber por qué había una botellita de Avant La Fete.
Seguro, pensó. Ahora lo tengo claro.
Mañana les mostraría el envase y no tendrían más remedio que convencerse.
Dios usaba perfume y el nombre se pronunciaba en francés, ¿porque si no era de Dios, de donde iba a sacar ella ese frasquito?.
Susana YÁÑEZ LATORRE.

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