La oralidad tiene garantía en el pueblo. Hay que saber escuchar.

viernes, 2 de julio de 2010




DURMIENDO AL FUEGO 

Hay silencios tan simples detrás de una fogata 
que indican que la noche ha entrado en calma, 
los párpados se cierran en acto de confianza
dejando que crepiten los cuentos de las fraguas.
Las manos se convocan con dulzura inventada,
las cabezas se rozan apoyando la espalda
y la noche se alegra de saberse ignorada. 
Hay silencios tan simples detrás de un fogata… 
Susana Yáñez Latorre

Diario de Campo.  Nuevo Berlín, aquella noche 

Esa barcaza vieja se bambolea como un ebrio en el puerto. Todo está en silencio. La luz de la calle pende en la mitad de la misma y se oscila con el viento. Me fijo en la barra la altura del río y disfruto del aire casi gélido del muelle. Las casas no tienen luces encendidas y no sale humo de ninguna estufa. Parece un pueblo muerto. Al volver al camino, la prefectura me pregunta si necesito algo y atisbo un fuego grande detrás de un muro. Me acerco callada y pongo las manos con guantes cerca del calor. No hablamos mucho, me dieron un café y yo les di las gracias.

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