FOGATA Y RANAS
Cuando cantan las ranas su nana
porque viene la lluvia a distancia
apresuro los tiempos del vino
para no despreciar la fogata.
Bajo un cielo de sueños callados
tu silueta se muestra limbada,
sudada la frente, latente las ganas
y el cuerpo encorvado de sierras minuanas.
Del potrero cercado presienten
el olor del amor macerado
la fogata se nutre de sombras
sobre un poncho de voces cardado.
Y las ranas celosas de vernos
con los cuerpos abiertos al alma
al cantar han perdido la calma
llamando a la lluvia, clamando venganza.
Si se apaga la lumbre por agua
deberé conjurar la desgracia
Susana Yáñez Latorre.
Ha llovido toda la noche, los leños que amontonados la tarde anterior quedaron fuera, parece que lloraran con pequeñas gotitas que caen de sus musgos colgantes.
Hace frío.
El fuego se ha revelado contra nosotros. Se levanta una humareda espesa que sale del pozo como un remolino y escapa.
No hay nada para encender, estamos condenados, como náufragos que buscan con la mirada una explicación que no puede darse.
Me siento junto a la carpa y armo un haz de pequeñas varillas adornadas con hojas que quedaron debajo del toldo. Es un “breve” para que salga el fuego como sale el sol para los hombres buenos.
Un pequeño rescoldo comienza a encender. Coloco mi amuleto y veo como se torna en una pequeña llamita azulada. Crece el fuego. Crece.
Con suerte tomaremos café y dejaremos las manos cercanas al fuego como para que no olvide que estamos allí.
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